Me planteo esta pregunta a propósito de todo lo que vengo leyendo sobre la “nueva” importancia de la responsabilidad social en las empresas durante y tras este periodo de pandemia desatada por la enfermedad del COVID-19 en el que tras “superar” la crisis sanitaria estamos sufriendo las consecuencias de las crisis económica y social derivadas de la primera.

Ante las graves consecuencias que las empresas están padeciendo por el cese de la actividad económica, las más resilientes orientan sus políticas y estrategias hacia la potenciación de su responsabilidad social interna y hacia su entorno más próximo en el que se desarrolla su actividad mercantil, con el objetivo de aguantar mientras atraviesan este episodio de crisis, lo cual no deja de ser muy positivo.

Pero la gran cuestión es si se trata de un cambio real, profundo y permanente o simplemente consistirá en una mera reorientación estratégica temporal hasta que deje de peligrar la actividad económica de las empresas y sin que ello signifique una verdadera y permanente transformación de sus estructuras y funcionamiento básicos, así como de los elementos esenciales que les definen como modelo empresarial.

Para el premio Nobel norteamericano Joseph E. Stiglitz, las cooperativas “son el modelo que mejor puede enfrentar los riesgos de una economía que será cada vez más volátil”. En el marco de la Tercera Cumbre de Cooperativas, celebrada en Quebec–Canadá, en enero de 2020, el académico advirtió de que la economía mundial se caracterizará en esta década por una gran volatilidad y que son las cooperativas las que están mejor situadas para manejar sus riesgos.

Las cooperativas y las cooperativas agrarias en particular, con su alto grado de compromiso social, históricamente vienen demostrando que la fórmula cooperativa es el modelo empresarial a seguir para ser capaces de cubrir las verdaderas necesidades sociales y económicas de las personas, dando ejemplo de respuestas rápidas, directas y eficaces.

La responsabilidad, la solidaridad, la ayuda mutua, el poner a las personas en el centro, la resiliencia organizacional y la flexibilidad, son algunos de los vectores que se están identificando como claves de la nueva cultura empresarial, y que son sólo algunos de los elementos bajo los que el cooperativismo agroalimentario viene funcionando desde hace más de un siglo.

Por eso, entre otras muchas cosas, el cooperativismo ha vuelto a convertirse en la fórmula empresarial a seguir para superar la crisis a corto plazo y para adaptarse al nuevo modelo económico y social que viene.

Si bien es cierto que los principios y valores del modelo empresarial cooperativo vienen fundamentando desde siempre su capacidad de adaptación para solventar situaciones de crisis económica y social (como ya quedó patente en la crisis de 2008), tras el impacto de la crisis sanitaria provocada por la enfermedad COVID-19 las cooperativas agroalimentaria han continuado realizando su función económica y social como siempre han hecho, pero con una alta capacidad de reacción y de adaptación a la nueva situación generada por esta pandemia de 2020.

Esto sólo es posible cuando las empresas tienen claramente identificado y asumido como seña de identidad y como objetivo principal que lo prioritario son las personas y su bienestar social, económico, personal y familiar.

Gracias a que las cooperativas agroalimentarias tienen totalmente claro e instaurado desde su nacimiento que su razón de ser son los socios, los trabajadores, los clientes y consumidores -y siempre dentro del respeto y apoyo a su entorno social, económico y medioambiental-, son capaces de actuar de forma rápida, flexible, eficiente y socialmente responsable frente a los efectos de una pandemia de estas dimensiones.

La colaboración gana a la competencia como una estrategia para el éxito

La relación socio-cooperativa, tiene un funcionamiento y unas características especiales que se basan en la colaboración en vez de en la competencia.

Las cooperativas son asociaciones autónomas de personas que se unen voluntariamente para satisfacer sus necesidades comunes y aspiraciones económicas, sociales y culturales, por medio de una empresa de propiedad conjunta, democráticamente gobernada. Las entregas de producto de un socio a su cooperativa, no se rigen por la Ley de la Cadena Alimentaria, sino por las leyes de cooperativas, los estatutos y los acuerdos adoptados por sus órganos de gobierno. La relación económica entre un socio y su propia cooperativa, de la que es copropietario, es una relación mutualista de carácter societario interno y sin ánimo de lucro, muy distinta de una relación mercantil. El socio y la cooperativa son uno, la cooperativa es una herramienta del propio socio para obtener los mejores resultados posibles del mercado.

A continuación ahondamos un poco más en el conocimiento de las peculiaridades económicas y sociales de las cooperativas:

  • Priman las personas frente al capital y el interés general frente al particular.
  • Satisfacen necesidades de sus socios y se preocupan por el interés de la sociedad en la que se asientan.
  • Los beneficios se distribuyen a los socios, mediante retornos, en función de la actividad cooperativizada; y no en función del capital como sucede con el reparto de dividendos a los accionistas en las sociedades puramente mercantiles.
  • Parte de esos beneficios se destinan por un lado a fortalecer económicamente a la cooperativa, y otra parte a la formación de socios y trabajadores, y a la atención de objetivos de incidencia social, cultural o medio ambiental.
  • Existe control democrático. Las puertas están abiertas para entrar y salir, sin ningún tipo de acepción de personas por motivos sociales, políticos, religiosos o de sexo.
  • Las Cooperativas colaboran entre sí, tanto a nivel económico con acuerdos intercooperativos, alianzas o apoyos entre ellas, como a nivel representativo, asociándose a sus Uniones o Confederaciones de Cooperativas.
  • Mantienen total independencia respecto a los poderes públicos, a los sindicatos u otras instituciones y organizaciones.
  • Tienen un fuerte arraigo al territorio en el que se desarrollan, lo que les hace generar cohesión social y dar sostenibilidad económica y social al medio rural en el que se asientan.

El cooperativismo agrario; clave para el desarrollo sostenible

El cooperativismo agrario se vincula directamente con 69 metas de los ODS, un 41% de las totales. La contribución de las cooperativas al desarrollo rural, facilitando la consecución de metas relacionadas con el desarrollo económico inclusivo, el cambio climático, el hambre o la desigualdad en las comunidades rurales, se produce a través de su labor en el ámbito productivo del sector primario, pero también a través del desarrollo del espíritu cooperativo y colaborativo que facilita el desarrollo de sociedades más cohesionadas y resilientes. El cooperativismo, particularmente el cooperativismo agrario, al fomentar la gestión conjunta de información, herramientas y servicios, incide en el aumento de la producción y comercialización de sus productos, genera empleo -especialmente en zonas rurales- y mejora los medios de vida.

Ahora más que nunca, aprovechemos, valoremos, apoyemos y confiemos en el enorme potencial del cooperativismo agrario como modelo empresarial de futuro y -cómo no- para asegurar la alimentación y la sostenibilidad del planeta. El sector agrícola y ganadero, y sus cooperativas de hoy son la clave que evitará las crisis alimentarias del mañana.

Alberto Sandonís del Valle

Resp. de Estrategias y RSE de URCACYL

Vocal Junta Directiva de Visión Responsable

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